Los Negros de Yucat
Muchos esclavos aprendían oficios que les permitían ganarse la vida fuera del convento: entre los mercedarios, hallamos a los negros: José Cabrera, que era maestro de barbería, sangrador y “médico”, además de tocar muy bien el arpa; Pablo Lorca, maestro de arpa y violín; Tomás Moyano, maestro de órgano y de zapatería; José Romero, maestro de ladrillo y teja…
Con la pobreza del amo, sobrevino la emancipación de hecho, y las “rancherías” de los conventos se convirtieron en albergue casi gratuito para ellos. Algunos, reputados de artistas, o huérfanos criados con cariño por la comunidad religiosa, fueron enterrados dentro de las iglesias, privilegio sólo concedido a gente de relevancia o de las antiguas familias.
Alrededor de la capilla de la estancia, una de las más hermosas de la provincia, perduran enormes algarrobos con más de 300 años de existencia.
Otras historias…Langostas
Desde muy antiguo se creyó que algunas personas tenían el poder de predecir, a veces por una tonalidad en el horizonte, otras por un sonido que sólo ellos escuchaban, la llegada de la langosta. Como estas predicciones se cumplían casi siempre, se llamaba rápidamente a los “echadores de langostas”, que seguían un ritual para alejarlas o, de no ser posible, para detenerlas en los límites de un campo.
En Duendes en Córdoba, dice Azor Grimaut: “Me supo referir don Félix Pereyra, hombre muy informado sobre costumbres y supersticiones, que antiguamente, en las iglesias, se organizaban oficios diversos contra la plaga, y que, como resultado, la langosta moría atacada de una gusanera celestial”.
En un principio, para que los santos no se molestaran porque elegían a uno y desechaban a otros como protectores, se hacía una ceremonia pública, donde se escogía un nombre por sorteo.
A través de los siglos, como protectores de plagas de insectos, fueron consagrados Santa Olalla, los santos Tiburcio y Valeriano, San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, y algún otro.
Pero el pueblo confiaba, sobre todo, en el poder de San Benito, famoso por luchar contra el demonio, al que se invocaba, cuando llegaban las mangas de langostas, mediante oraciones, versos y entierros de estampas.
Las personas que conocían el ritual de detener las plagas, eran consideradas por el pueblo llano como seres nimbados de poderes sobrenaturales, y hasta la iglesia terminó por aceptarlas.