25º Aniversario de Diácono: 1982 – 11 de diciembre – 2007

Cristo obsequiado por la Comunidad de Santiago del Estero

Investido por la estola diaconal bordada por mi madre 

A los 25 años de mi Ordenación diaconal, deseo rendir homenaje a aquellos que me acompañaron y me ayudaron a vivir en plenitud el ministerio del diaconado, don de Dios para su Iglesia, en su iluminador vivir cotidiano siendo también ellos “servidores” del Señor.

Junto a Oscar Miremont, compañero de camino durante los años de formación y algunos posteriores, nos preparamos mucho. Buscamos solemnizar el momento, resaltando los aspectos del servicio evangélico a ejemplo de Jesús, que “no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por una multitud” (Mt 20-20-28: frase elegida para las invitaciones y recordatorio). Fuimos de retiro previo a la Ordenación a Calmayo acompañados por Eustaquia Ampuero, servidora, compañera y madre de todos los religiosos de León XIII durante décadas. Ordenados por Mons. Lucas Donnelly, religioso de la Merced y acompañados por nuestros familiares y amigos, vivimos el momento con mucha profundidad, pero con la tristeza del fallecimiento del P. Teodoro Scrosati, servidor del Humanismo Cristiano y de la búsqueda de lo verdadero, noble y justo. Su partida fue cuatro días antes de la ceremonia.

En esto de servir, entrega de la propia vida en el cotidiano, y sin pretender ser exhaustivo he de recordar en primer lugar a mis padres todas las mesas servidas del alimento, de la palabra y del amor consagrado entre ellos y para todos. En un amor que trasciende y se proyecta al infinito. A las tías y tíos que, como María, estuvieron atentos cada vez que faltaba algo en la vida de la familia.

Presente en la memoria la Señorita Suarez, modelo de laica consagrada, desde el servicio silencioso al Señor en la juventud que se educa. Para no pocos de mis compañeros de secundaria fue marca a fuego en su disponibilidad de tiempo, afecto y sabiduría. María, la de la Parroquia de Chacras, siempre atenta al orden y estética para la celebración de la Mesa Común. Y junto a ella muchos que diaconaban en la parroquia sin otros títulos que el deseo de brindarse con lo mejor para el bienestar de todos, con el apoyo cómplice del P. Correa que hacía dejando hacer… ¡Cómo no evocar la actualización de la primera comunidad cristiana en aquella mesa de navidad parroquial de principios del setenta donde nos parecía vivir el ideal de las comunidades eclesiales! Eramos como docientos… ¡y los había pobres y ricos, todos juntos y mezclados, y servidores de los unos y de los otros sin distinción! ¡Si hasta la Pituca de Rearte nos predicó la Palabra por esos días!

Años en que el ideal supremo era un mundo más justo. La búsqueda espiritual era encarnar al Señor en nuestras vidas. La acción más preciada eliminar cuanto fuera posible, las diferencias que producían dolor ¡y escándalo! Servir el Evangelio era realizarlo en las estructuras sociales. Algunos fueron más allá de planteos religiosos. Muchos, tal vez la mayoría, estaban convencidos de servir la extrema verdad que divide y provoca la reacción y la muerte. “Desensillar hasta que aclare” era esconder el Talento que el Señor exigiría al réprobo eterno. Muchos nombres anónimos que hoy recuerdo…

Tamaña reacción teórica y violenta pocos la imaginaron. Filosfía y armas se levantaron contra todo lo que fuera planteo social y comunitario. Todo ello tenía gusto a comunista y la exaltación del individualismo necesitó nuevamente una espiritualidad sacral y desencarnada. El Diáconado nuevamente se expresa óptimamente en la liturgia y la sacristía, camino al Presbiterado o edecán del mismo. Tengo en mente a los que debieron ocultarse, huir sin claudicar, resistir en la contradicción de las ideas, llamarse a lacerante y humillante silencio.

Parecía correspondencia simbólica el crecimiento de las luces en las ciudades y las inundaciones de todo el noreste argentino, como si fuera el modelo de las concentraciones de los “aclarados” intereses políticos. Pobreza y riqueza vivieron nuevamente tensión mortal y el Servicio era no ceder a las caricias de los bienes fáciles ni a la reacción violenta y autodestructiva del resentido. Pero ya no hay reservas para el trabajo conjunto y organizado y el “servicio” social sigue las normas ISO90-2003-FMI_BM-BID, que propone como caridad universal el asistir a los heridos y muertos de las guerras económicas de los poderosos.

Muchos fueron los amigos que compartiron e iluminaron los caminos diaconales de aquellas horas, y aún a riesgo de ser injusto con alguno no puedo dejar de recordar y agradecer: Osvaldo y Titina Toranzo, Julio Romano, Héctor Sanchez y Ana Abchi, las “Teresitas”, el Gabi Camilo, Mirta, Carolina y Martina, Julieta, Germán y Claudia, de la primera hora de la década infame de los 90 y también Norma Latini y Graciela Carena junto a más en otros ámbitos de servicios no menos comprometidos. También quiero agradecer a mis compañeros de vida religiosa e ideales Roque Coronel y el hoy Provincial, Carlos Gómez, del que siempre siempre sentí el apoyo. Más tarde siguieron otros muchos a los que también quiero agradecer con los que la diaconía fue adquiriendo mayor identidad y presencia: Pablo y Rosario, Celeste y Robat, Mónica, Héctor, Nora, Volker y Stella, María Elena y Telma, Graciela y Gringa, también a Cristina, madraza de La Costa. Algunos de ellos en coherencia con el corrimiento de la figura del diaconado, lo ejecieron un poco más lejos de la Iglesia institución, pero siempre imbuídos de la fuerza de la espiritualidad que surge de ella. El resto buscamos mantenernos en la manifestación de la vida eclesial que une liturgia y vida, en un servicio que no tiene miedo a las acusaciones de secularismo en el convencimiento que las mesas, huérfanos y viudas no pueden dejar de ser atendidas.

Por último quiero agradecer a los incontables que hoy mantienen con su compañía y oración los deseos míos y de toda la Iglesia de, fieles a Jesús, que “no quiso ser ser servido sino servir y dar la vida en rescate por una multitud”.

Los que me conocen, han de comprender que esto escrito no es nostalgia, sino deseo y esperanza…