Anécdota de Navidad – de Victoria Törok – Gracias del recuerdo

EL CONCURSO
Víspera de Navidad, hace unos 30 años.
Yo era adolescente; trabajaba en ese entonces, en la Parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en mi querido pueblo de Chacras de Coria.Todos los domingos a las diez de la mañana, tocaba la guitarra y cantaba con los chicos del Grupo Juvenil, en la Misa de los niños.

La Parroquia habia organizado un Concurso de Pesebres Hogareños. Los niños hacian, según su creatividad y posibilidades, un pesebre en sus casas. Un jurado formado por el Párroco, Padre Daniel Correa, adultos y jóvenes de la Parroquia, elejían el que consideraban «el mejor», de acuerdo al mensaje, trabajo, creatividad, belleza, etc.

El sábado anterior a la Navidad, a la mañana temprano, empezamos la recorrida por las casas. Al llegar al atardecer, cansadísimos, con todo el calor de un día de Diciembre, hicimos una de las últimas visitas.

Llegamos a un barrio muy humilde, al costado de la ruta Panamericana, deteniéndonos en la entrada de una de las casitas: adobe sin revocar, de techo bajo; dentro, una cocina comedor y un dormitorio, donde vivía un matrimonio con sus nueve hijos, la mayor de unos doce años.

Al llegar, los perros anunciaron nuestra llegada, y corrieron a recibirnos, moviendo la cola. Golpeamos la puerta, nos abrieron la puerta los chicos que salieron saltando de alegría, con sus caritas sonrientes, felices y expectantes a mostrarnos su pesebre.

Afuera, a un costado de la entrada de la casita, estaba el pesebre: un cajón de manzanas, con el fondo tapizado de yuyos y pastito, sobre ellos una tela de color claro, sirviendo de sábana a un bebé de plástico, envuelto en un trapito, haciendo las veces de pañal. Sobre la cabecera del cajoncito de madera, había apoyada una cartulina celeste, con fotos pegadas de diarios y revistas, de personas de todas las edades, de distintas razas, religiones y circunstancias de la vida: padres abrazando a sus hijos, mamás jugando con ellos, personas enfermas, lugares en guerra, personas fellices, otras muy pobres, familias celebrando distintos momentos de la vida…Y, en el centro del afiche un cartel escrito por un niño, con algunas letras invertidas y errores de ortografía, que rezaba así: «JESÚS NACIÓ PARA TODOS NOSOTROS».

Al detenernos a ver este sencillo, humilde y simbólico pesebre, uno de los miembros del jurado, Carlos Diez, el creador del primer Grupo Juvenil de la Parroquia, que años después se hizo Sacerdote Mercedario, de pie frente al pesebre, se quedó admirándolo, pensativo, en silencio. Después de un rato, en que los chicos nos explicaron su obra, nos despedimso de la familia. Carlitos dió media vuelta y se fue alejando con los ojos llenos de lágrimas y un nudo en la garganta, sin pronunciar ni una sola palabra, pensando probablemente en la pobreza, la sencillez y el mensaje tan realista de este pesebre, donde no había bellas figuras navideñas, estrellas doradas, ni luces de colores; sólo la humilde figura de un bebé de plástico, en una cuna hecha con un cajoncito de manzanas rodeado de niños, adultos y perros juguetones, ubicado bajo el umbral de una humilde casita de adobe, donde vivían sus autores, casi igual que en Belén hace unos 2000 años, cuando el Dios hecho hombre llegó a este mundo, en medio de la misma pobreza, con el mismo mensaje del cartel de este pesebre: «JESÚS NACIÓ PARA TODOS NOSOTROS»

El jurado decidió, que este era el pesebre ganador. Y seguramente ganó también un lugar especial en el corazón del niñito Jesús y en los recuerdos de todos nosotros.

María Victoria Török de Rearte.