Los Negros de Yucat

Alfredo Furlani en  » Apuntes para una Historia de Yucat «, advierte que en lengua nativa, la palabra yucat deriva de yucay, que significa mentira, apariencia, burla. Así, yucat pasa a señalar un lugar escondido, difícil de ver o de hallar, en este caso, entre las barrancas cercanas al río Tercero. Allí, por mercedes concedidas, levantó su estancia uno de los principales generales de la fundación de Córdoba, don Lorenzo Suárez de Figueroa; luego, por casamientos y herencias, terminó en manos del adinerado portugués Juan López Fiusa que, al final de su existencia, ya viudo de una hija de Figueroa, y sin herederos, lo donó a la Orden de Nuestra Señora de la Merced. Dice la crónica: “(En 1698)… buscó (López Fiusa) el apacible sosiego de los claustros para prepararse a bien morir”, y se presentó en las puertas de convento modestamente vestido, a pesar de su riqueza, con dos esclavitos, Manuel e Ignacio, para que le cuidaran. Solicitó entrar como aspirante y se avino a obedecer y a vivir en la pobreza”.Los frailes mercedarios se hicieron cargo de la estancia, que padeció incontables altibajos, aunque, a diferencia de otros establecimientos de la época, ha pertenecido por 300 años a los mercedarios, que todavía la administran. 
Es una realidad social que los negros de las órdenes religiosas vivían mejor, durante la Colonia, que los blancos pobres y los indios libres: estaban protegidos incluso ante la ley, recibían comida, abrigo, vestimenta, sacramentos, instrucción, atención a sus enfermedades, medicamentos y sepultura.
Ha quedado documentado que los frailes encargados de la estancia de Yucat, dedicaron dinero no sólo para estas necesidades, sino también para proveer de “lujos” –azúcar y tabaco, entre otras cosas–, a sus esclavos, en contravención a lo que la Iglesia pensaba de esos “vicios”.

Muchos esclavos aprendían oficios que les permitían ganarse la vida fuera del convento: entre los mercedarios, hallamos a los negros: José Cabrera, que era maestro de barbería, sangrador y “médico”, además de tocar muy bien el arpa; Pablo Lorca, maestro de arpa y violín; Tomás Moyano, maestro de órgano y de zapatería; José Romero, maestro de ladrillo y teja…

Con la pobreza del amo, sobrevino la emancipación de hecho, y las “rancherías” de los conventos se convirtieron en albergue casi gratuito para ellos. Algunos, reputados de artistas, o huérfanos criados con cariño por la comunidad religiosa, fueron enterrados dentro de las iglesias, privilegio sólo concedido a gente de relevancia o de las antiguas familias.

Alrededor de la capilla de la estancia, una de las más hermosas de la provincia, perduran enormes algarrobos con más de 300 años de existencia.

 Otras historias…Langostas

Desde muy antiguo se creyó que algunas personas tenían el poder de predecir, a veces por una tonalidad en el horizonte, otras por un sonido que sólo ellos escuchaban, la llegada de la langosta. Como estas predicciones se cumplían casi siempre, se llamaba rápidamente a los “echadores de langostas”, que seguían un ritual para alejarlas o, de no ser posible, para detenerlas en los límites de un campo.

En Duendes en Córdoba, dice Azor Grimaut: “Me supo referir don Félix Pereyra, hombre muy informado sobre costumbres y supersticiones, que antiguamente, en las iglesias, se organizaban oficios diversos contra la plaga, y que, como resultado, la langosta moría atacada de una gusanera celestial”.

En un principio, para que los santos no se molestaran porque elegían a uno y desechaban a otros como protectores, se hacía una ceremonia pública, donde se escogía un nombre por sorteo.

A través de los siglos, como protectores de plagas de insectos, fueron consagrados Santa Olalla, los santos Tiburcio y Valeriano, San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús, y algún otro.

Pero el pueblo confiaba, sobre todo, en el poder de San Benito, famoso por luchar contra el demonio, al que se invocaba, cuando llegaban las mangas de langostas, mediante oraciones, versos y entierros de estampas.

Las personas que conocían el ritual de detener las plagas, eran consideradas por el pueblo llano como seres nimbados de poderes sobrenaturales, y hasta la iglesia terminó por aceptarlas.